
Me asalta la duda.
Me deja sin blanca, me amenaza
con una faca, me desordena
el pensamiento y no se lleva nada,
todo lo deja deturpado por el piso,
todo revirándose como una tormenta sobre la tierra
que cerebro y pensamiento enredan,
revolviendo su sustento.
Me asalta, me dice: “dámelo todo”,
y yo tan sólo me quedo en eso, en la duda,
en el no salgo corriendo ni encaro al asaltante
—aunque el asaltante se vista de seda, duda se queda—.,
en el empiezo a dar pero no muevo el brazo,
en el llévatelo todo pero la boca sólo tiembla.
La duda me asalta, y se va corriendo,
rauda y veloz, avestruz de las tinieblas,
maldita duda cobarde
que ni un minuto tan sólo de mi vida no entreveras.