martes, 4 de noviembre de 2008

Desahucio contra la existencia

Retando a su juventud, el desventurado A volvió a casa como cualquier día, consciente de todo lo que conllevan los días cualesquiera, con su carga de podredumbre y de miseria. B relamía las canillas tristes de la tarde noche. A las diez, la luna redondeaba su perfil creciente, mucho más lejos que cualquier idea.

C llegó más tarde, prendió un cigarro y saltó al sofá de un solo brinco; el cerebro dirige su mirada, la aposenta sobre el firmamento, y la resbala dulcemente en dirección a la pereza, y así queda C, dentro de las coordenadas hacia las que estrecha la mirada un vaivén acompasado de satélites, colmillos y tormentas.

Tras minutos de silencio, C y B están decididos: el corazón les palpita en la boca como un pez desafiando un anzuelo, con el paladar deshecho de humanidad, desllamándose, desnombrándose y descarnándose hasta convertirse en pescado crudo, anécdota culinaria y esquelética disidencia, en cualquier encuentro y de cualquier manera. Así se les desbordaba la histeria tan próxima a los dientes.

­­—Vamos a ver qué ponen —sugirieron.

—Los martes en la dos echan pimienta, en la cinco es toda esa serie triste de mentiras que os alientan, y creo que en la siete le ponen sal gorda a las mentes abiertas.

—Ahora con la digital terrestre no veas, siempre puedes tener suerte y pillar algo que te interesa.

A presintió ruidos desde el cuarto, la radiación desconcertante de cuando hay alguien dentro, en el pasillo, una respiración eléctrica. Sintió un resoplido detrás de la cabeza, un susurro oxigenado, una ráfaga de C02 desordenándole como un puñal la conciencia. Tuvo pues que tomar medidas, elaborar planes de ajuste, expedientes de regulación de miedo, medidas acordes con la gravedad de los acontecimientos.

—La excitación bruta, enamorada, natural, desprotegida, de un cuerpo alejado de una antena no es comparable al sexo tedioso, catódico, antilógico y triste de las tristes víctimas de este sistema —maullaron dos gatos sobre los asfaltos desérticos de sus dos aceras.

A se abalanzó sobre el sofá como una pantera. Con los dientes afilados mordió la mandíbula de B, rasgando violentamente sistemas nerviosos, organismos, tendones y mejillas, como indican los informes, mientras C quedó desgarrado sobre el sofá inútil, con restos de pintauñas y arañazos ensangrentándole el rostro.

Clavando su mirada en el techo, relajándose boca arriba sobre la alfombra y su afrenta, A quedó libre al fin de otro anochecer más sin trascendencia, de los mediocres arrebatos espirituales muertos de niebla, de una nueva licencia de desahucio contra su existencia.