domingo, 29 de junio de 2008

Guerola y Pablo en el 5. Espiral en Granada (24-25/11/07)



No sé qué hacer con mi vida


NO SÉ QUÉ HACER CON MI VIDA:

si morir de viejo o suicidarme joven,
si sacar conclusiones o enfermar de dudas.
No sé si dejar los sueños o vivir de golpe
en la más perpetua de las fantasías.
Si exigir certezas o infundir incertidumbres,
si llorar de frío o reír desnudo,
si relucir o apagarme.

No sé de verdad qué hacer con todo esto:
si volverme piedra o volar,
si ignorar quién soy o razonarme.
Soy tantas dudas de mi,
que respiran mis pulmones incógnitas de aire;
tantas preguntas soy sobre mí mismo
que responderme es igual a envenenarme.

martes, 24 de junio de 2008

Él sabe que no es bueno

Él ya sabe que no es bueno, no es aconsejable, de hecho está prohibido, así, sin licencia ni plan preconcebido, tener armas en casa. Así le dice su mujer día tras día: «si la tienes la acabarás utilizando». «Claro —contesta—. El que algo tiene algo le cuesta». Y es que hay momentos en que un disparo es un grito de protesta, un movimiento reflejo estrictamente necesario.

El mercado común, la más secretamente despiadada confederación de economías sociales de mercado, Unión Europea de ciudadanos cruelmente desinformados, decide sacrificar doscientos años de lucha social y sindical sin ningún tipo de remota y recóndita consulta democrática, sin que ningún tipo de medida semejante se escuchara en tantos mítines electorales de tantos partidos dictatorialmente al poder encumbrados, ampliar los límites de la jornada laboral para que un empleado pueda trabajar hasta un máximo de 65 horas semanales, si así lo acuerda con el empresario, o, en el mejor de los casos, si así el empresario decide con él acordarlo. Pero bueno, este al fin y al cabo es un detalle mínimo, diminuto, nimio, intrascendente, que no es importante, vaya. Tampoco lo es, sin duda alguna, que una nueva directiva acordada por los feroces ministros de interior de la misma imparable maquinaria de engañar decidan de la forma más humanitaria posible que los inmigrantes ilegales interceptados en territorio comunitario puedan permanecer hasta 18 meses retenidos antes de su expulsión. Tampoco es importante, qué nos importa a nosotros, que no somos inmigrantes, o que lo somos, de la forma más globalmente marginada, que esas directivas se aprueben en Luxemburgo, con lo cerca que está eso, y que en ese territorio donde las peores utopías se vuelven realizables, personas cuyo nombre y rostro acaloradamente desconocemos y voluntariamente ignoramos dispongan de nuestra libertad como de una gran tarta de la cual devoran pedazo tras pedazo, cuña tras cuña, uña tras uña, brazo tras brazo, dejando en sus bocas los restos de nuestra sangre como restos de nata sobre sus carrillos obesos y rosados. Esos asuntos banales, insípidos, insustanciales, fútiles, superficiales, anodinos, vanos, tan triviales, poco nos importan.

Lo que sí nos importa, lo que nos levanta en armas, lo que nos echa a la calle, lo que nos aclara la rutina como se lava tras meses en el más árido de todos los desiertos una cara resquebrajada, lo que nos resuelve el alma, son esos fascinantes fuerzudos, atractivos, prepotentes, catetos, ignorantes de su propio poder, tan maquiavélicamente afortunados, esos hombretones macrocósmicos e inexplicables, que meten goles y se abrazan y se sacan fotos, tan eufórica y espontáneamente, en esta Europa sin derechos donde el único derecho es a una sustancial indemnización económica por ser exclusivamente una imagen de marca.

No os soporto. Tres semanas de manifestaciones con millones de participantes, deportistas multimillonarios, poderosos magnates de los medios de comunicación de masas, activistas incontables, ciudadanos de a pie o de a rastras, lo cual refleja sin duda mucho mejor la realidad que estamos autorizando, millones de energúmenos se manifiestan día tras día, hora tras hora gritan, pierden la voz, enmudecen, derrochan todas las energías malgastadas en tantas horas de trabajo para comprar una mísera entrada, para gritar revolucionariamente, como guerrilleros de la más asquerosa y repugnante nada, que Turquía ha ganado su segundo partido en la Eurocopa, que cada vez somos mejores, cada vez más invencibles, cada vez más inalcanzables, que Croacia le metió tres grandes goles a la tan temible Austria, que Polonia hincó dos maravillosos goles a la suecia más titánica.

Él sabe que si tiene un arma se la merece, y es por algo, es porque hay que matar, eso está claro, porque hay que matar cuando sobran razones, o cuando faltan, cuando falta razón para entender tanta desidia, tantos gritos dados desde la más insaciable grada, en la voz del poder más platónico y despreciable, en voz del nacionalismo más barato e incongruente, en voz del patriotismo más estúpido y más desenfrenado. Estos ignorantes que gritan en mi puerta, que se manifiestan contra sí mismos y a favor de su propia ignorancia no merecen vivir, Encarna.

Manolo no la hagas, por favor, Manolo, no lo hagas.

No me detengas, la historia absolverá esta barrabasada.

Y así diciendo, abre Manolo la puerta del balcón, y empuñando su pistola como quien liberta a una raza, empieza a disparar contra todos los turcos, españoles, portugueses, franceses, rumanos, croatas, rusos, polacos, suizos, alemanes, checos, austriacos, contra toda esa masa detestable que lee el Marca como quien lee una Biblia, como quien se arranca los ojos para vociferar a favor de su propia desgracia. Se lo merecen, Encarna. Si no les mato esta arma no me sirve para nada.

Y una a una se apagan las risas de la hinchada, una a una explotan las cabezas de la muchedumbre hambrienta de goles, de disparos a puerta, a bocajarro, de fueras de juego, de penaltis, de tarjetas rojas, de peleas y pedradas. Uno tras otro caen sobre la calzada, cuerpos inertes temblando en un baile fatuo, en un espasmo leve como una danza amarga sobre el asfalto, mientras el terror se expande entre la ciudadanía, uno tras otro caen los revolucionarios, caen los manifestantes, aturdidos y sin vida, mueren las moscas repentinamente fusiladas, arden fanáticos los corazones a cañonazos.