No sabía que horadases por aquí,
que este mi porvenir fuera tu cauce, que tu caudal
persiguiera la sequía de mi cuerpo,
tan ávido de descubrimientos, tan sediento
de barro, con tan turbias inquietudes.
No lo sabía.
Que en un pasado acuático, a nuestro alrededor,
abrazos para beberte el ingenio destruyera.
Existo por ti, ocho de cada diez miserias
de mi cuerpo te pertenecen, ocho de cada diez
húmedos placeres que me drenan.
Y no sabía que por dentro de mí
tus meandros sibilantes alimentaran caracoles,
tortugas de tierra, cocodrilos,
elefantes, libélulas y proxenetas,
murciélagos que por ti pierden la garganta
y la cabeza, moluscos y reptiles
que por la transparencia clarividente
de tus olas se aceleran.
Te quiero —¿Agua te llamabas?—:
Te pertenece la sed que me alimenta,
la sed que por el odio conseguirá algún día
que todos los tragos que has de dar al mundo
emanen como veneno
de la humanidad inalienable de una sola lengua.
Lamo tu manantial y tu desembocadura,
tus remolinos y laberintos que nadie ve
pero retruenan
—si la suerte suena, sueños lleva…—,
tus grutas desorbitadas donde todo es frío
y el viento llueve contigo, reivindicando a mares
la perfección insaciable de la naturaleza.
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